Es increíble cómo después del entrenamiento en el Dojo nos volvemos más sociables y cordiales entre nosotros. En cambio antes de la práctica, cada uno pisa el tatami con su trajín, sus pensamientos e inquietudes que lo separan de los demás; con su “individualidad como ente pensante”. A menudo me he preguntado dónde reside el misterio de este cambio, así como del mismo modo me planteo muchas otras incógnitas. En ocasiones el Aikido parece hacer brotar una pregunta tras otra, dando esa sensación que uno tiene de recibir una respuesta que se transforma en dos preguntas más. O tres.
En el Aikido siempre me ha agradado de manera especial el cambio de “turno”, proporcionado, ordenado, casi protocolario, entre Tori y Uke mientras se realiza la técnica. Y debo decir que no son pocas las veces que esperamos ese “turno” (me incluyo), sin aprender a valorar lo suficiente el hacer de Uke. En ascuas nos encontramos practicando con el compañero/a, esperando que el otro termine para poner en práctica “nuestro” Aikido, por fin. Nótese la trampa de la anterior frase, el Aikido ni es del todo nuestro porque depende del Uke, ni termina para que empecemos nada que no hayamos empezado ya.
La metáfora de Tori-Uke tomada como el círculo del Yin-Yang, sirve para equilibrar un concepto de entrenamiento que depende de nosotros y de la forma en que entendamos el Aikido. ¿Por qué el papel de Uke siempre queda un poco relegado y menospreciado? Por supuesto que los buenos maestros hacen que valoremos el ser buenos Ukes, no nos lo dejan de repetir. Esa sintonía Tori-Uke, ese entendimiento dentro de la conversación del movimiento que hace que la técnica se muestre espléndida, excelente, además de con un buen Tori sólo es posible con un buen Uke. Conversación de movimiento, pues para dar brillantes respuestas hacen falta brillantes preguntas; Uke reta y Tori responde.
Pero a pesar de las constantes indicaciones, la tendencia real que generalmente observo no es la de valorar proporcionalmente ambos roles. Por ejemplo, ante una demostración, nuestro instinto nos hace fijarnos automáticamente mucho más en el tori que en el Uke, abandonando un principio esencial del Aikido, el mismo que debería existir en las relaciones mutuas entre los seres humanos: la igualdad, el respeto. Otro ejemplo lo encontramos en las exhibiciones espectaculares donde el Uke hace casi toda la técnica y en cambio, Tori recibe los aplausos. O también en el mismo Dojo, donde como Ukes nos ahorramos la caída o el saludo sólo para “ir más rápido”. Aikido express para esta vida acelerada, ansiosa y confusa, donde casi todo pierde su sentido original para el que se creó. Porque el estilo de vida actual impera ser un buen Tori, dominar la situación, controlar, vencer, destacar y recibir elogios.
La realidad del entrenamiento pone de manifiesto que el Uke es el segundo de abordo, el que es conducido, el perdedor porque se equivoca atacando, el que abandona el centro del movimiento, se desequilibra y finalmente, el que acaba siendo proyectado, inmovilizado y/o neutralizado. La figura del Uke es la figura del equivocado entre otras. En cierto modo es el malo de la película que recibe las consecuencias. ¿Quién quiere ser, en la vida, el equivocado? ¿Quién quiere hacer de Uke? Pero lo cierto es que por desgracia o a veces por suerte (quién sabe!), a lo largo de nuestra existencia se nos va pedir ser más Ukes que Toris.
Pero el Uke también es el que se deja llevar, el que muchas veces acompaña cuando el control no es adecuado, el que “acaba el movimiento” aunque tori no lo acabe, el que aprende a recibir los golpes de la caída, y luego vuelve a levantarse, el que soporta el peso de la técnica, el dolor y la exigencia. Sin quejarse, Uke es el que debe amoldarse, el que aprende a pagar por su agresión injustificada, el que inmovilizado ya no puede hacer nada, el anónimo, el que se da cuenta de su error, el que aprende a ser humilde. Hace ya tiempo, mi maestro me llamó para una técnica en swari-waza que acababa de explicarnos verbalmente. Justo cuando iniciaba el ataque, me respondió con el saludo que yo había olvidado mostrarle. Quedé detenido, con el ataque a medias. Todos captamos el significado.
Quizás se nos pase por alto que el Aikido no sólo nos enseña lo que se ve, con lo que es grande, pomposo y elaborado, sino también lo que está oculto, con lo que es pequeño, sencillo y simple. Quizás se nos pase por alto la importancia de ser Uke.
Lluís Riba
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